El poder moral en las calles
por Pedro Flecha
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Nunca tuve simpatía por el Libertador, hasta que hace pocos años conocí a ese Bolívar pendiente que en el Discurso de Angostura en 1819, planteó visionariamente la necesidad de constituir un cuarto poder, un Poder Moral, que corrigiera los vicios de la herencia republicana que en esta parte del globo habían adoptado las nuevas repúblicas. Chávez en Venezuela lo usó como caballito de batalla electoral hace años, pero después ¿cuándo no? abogados y viejos carcamanes políticos degeneraron este concepto a un mecanismo burocrático en su nueva constitución. Sin embargo, el discurso está ahí con fuerza, poesía y esperanza. Nunca más que hoy día, cuando el verdadero tema, el ético, es evadido por los candidatos, cuando la Iglesia trata de ocultar sus irresponsabilidad histórica, cuando la prensa convencional y autoparametrada evade cubrir las manifestaciones de la sociedad civil, cuando las campañas electorales han estado basadas en la cuenta de la luz, el hecho de ser mujer o ser cholo sagrado, es necesario recordar este premonitorio discurso. Estamos en tiempos donde se juega la ética del hombre ya que todas las instituciones anteriores, iglesia incluida, nunca pudieron ser ejemplo de una. Etica o moral, en esencia no es otra cosa que la lealtad a la especie que somos, la humana. La corrupción, el dolo, la dominación, el racismo, la impunidad, el olvido, el pecado, el egoísmo, el temor, la cobardía, la frivolidad y la conveniencia no son otra cosa que deslealtades, faltas de humanidad. Bolívar adelantándose casi dos siglos a los acontecimientos con extraordinaria y andina lucidez invocaba la necesidad de una constante guardianía de los gobiernos por parte de instituciones que no aspiraran a ser gobierno, pero que sin las cuales ningún gobierno pudiera gobernar, a riesgo de ser considerado una tiranía. A ello le llamó sinárquicamente el Poder Moral, el cual reside en la base de la sociedad misma y es el predominio de la autoridad ética frente a cualquier poder económico, político o imaginariamente sobrenatural. La sociedad civil como látigo de los gobernantes para que los gobernantes entiendan y se conduzcan como lo que deben ser, voluntarios esclavos del pueblo. Bolívar decía: “Constituyamos este areópago para que vele sobre la educación de los niños, sobre la instrucción nacional; para que purifique lo que se haya corrompido en la República; que acuse la ingratitud, el egoísmo, la frialdad del amor a la patria, el ocio, la negligencia de los ciudadanos; que juzgue de los principios de corrupción, de los ejemplos perniciosos; debiendo corregir las costumbres con penas morales, como las leyes castigan los delitos con penas aflictivas, y no solamente lo que choca contra ellas, sino lo que las burla; no solamente lo que las ataca, sino lo que las debilita; no solamente lo que viola la Constitución, sino lo que viola el respeto público. La jurisdicción de este tribunal verdaderamente santo, deberá ser efectiva con respecto a la educación y a la instrucción, y de opinión solamente en las penas y castigos. Pero sus anales, o registros donde se consignan sus actas y deliberaciones; los principios morales y las acciones de los ciudadanos, serán los libros de la virtud y del vicio. Libros que consultará el pueblo para sus elecciones, los magistrados para sus resoluciones, y los jueces para sus juicios. Una institución semejante que más que parezca quimérica, es infinitamente más realizable que otras que algunos legisladores antiguos y modernos han establecido con menos utilidad del género humano.” La vigencia actual de esta receta es innegable. Nuestra sociedad, ninguna sociedad puede cobijar la corrupción, la impunidad y el olvido. La Historia ¿cuándo no? vuelve a poner a nuestras tierras en el centro de algo nuevo, algo tan nuevo, fresco y audaz que se autoeleva darwinistamente sobre la colección de mezquindades y menudencias que hacen lo que se llama el sistema, el stablishment. Nietchze decía que era necesario tener el caos en uno mismo para provocar la aparición de una estrella fulgurante. El caos está en nuestra sociedad, en nuestro mundo y nuestro tiempo. La estrella que comienza a fulgurar es la necesidad del hombre humano, aquel hombre recíproco y consecuente con la relatividad de su existencia. De ese Adán al cual, según algún escritor, dios le tiene envidia. Thoreau se preguntaba si alguien podría considerarse humano solamente teniendo una opinión y no ejerciendo una acción consecuente con ella. Si uno no es activista de una idea, no tiene idea. Esa es la experiencia que ha tenido el relanzamiento del Muro de la Vergüenza que estará todos los miércoles en el frente del Palacio de Justicia. Miles de transeúntes se detuvieron, muchos cruzaron el Rubicón y estamparon su opinión en el enorme lienzo que mostraba las fotos de todo tipo de malandrines, desde banqueros hasta comentadores de noticias en la tele. Se generaron animadísimas, apasionadas e interesantes discusiones. La Resistencia, otra vez había vencido la intermediación ocultadora de medios y discursos políticos uniendo la fuerza ética a la acción estética interactiva. Estadísticos convencionales –de esos que siempre se equivocan en las encuestas- podrían decir que la efectividad es poca ¡errado!. En moderna teoría del caos existe lo que se llama el “efecto mariposa” y en actual ciencia memética ha determinado que hay innumerables autopistas al el inconsciente colectivo. Si a esto unimos el avance en comunicaciones, Internet, indudablemente inauguramos un mundo nuevo. Los dogmas políticos, los oligopolios de opinión y los huesos secos de religión quedan fuera de este mundo. La fuerza de ese Poder Moral
que ansiaba Bolívar reside actualmente en esta ausencia de intermediación.
Reside en la sociedad civil que sigue en las calles y simples elementos
como un muro o una marcha son el campo fértil, donde se intercambian
o debaten opiniones, y donde se genera el necesario –y andino- señalamiento
social que todo grupo humano debe hacer para sobrevivir y evolucionar.
El espacio ganado por la sociedad civil en las calles no se cederá
nunca porque ahí está la acción de las mayorías
frente a la lotería del poder de las elecciones, frente a las amenazas
de impunidad, frente a las leguleyadas y conspiraciones de los poderosos,
frente a la cobardía de los mediocres y porque además ¡La
calle nos pertenece a todos!. regreso
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